viernes, 16 de noviembre de 2012

E N M I O P I N I O N:Por: Ricardo Tribín Acosta



Cuando miento…

Al mentir, si lo hago con los demás, es indispensable que a la vez tenga en cuenta que primero me estoy mintiendo a mí mismo, puesto que la banal acción se inicia con el propio autoengaño. Lo delicado de esto es que hay personas que se acostumbran tanto a las mentiras que al final se las creen, como si fueran verdades. Los niños mienten para defenderse del castigo de sus propias acciones, y los adultos también, formándose así una madeja en un hábito que es mucho el daño que produce tanto a uno mismo como a los demás.

Rosita era un personaje que no podía parar de mentir. Si le preguntaban qué día era, esta contestaba: jueves, aunque estuviera en miércoles, y ello no, porque padeciese de dolencias mentales, sino porque se le había vuelto costumbre el mentir. Dónde estabas hijita?, le pregunta la mama a su niña quinceañera? Estudiando donde una amiga, cuando la realidad y el tufo que tenia indicaban que se había ido de rumba sin permiso de sus padres.

El enguayabado le pide generalmente a su mujer que llame al trabajo para decirles que amaneció enfermo, y son tantas las diarreas que se inventa como excusa para faltar, que no habría letrina capaz de albergar tanto residuo. Mienten para protegerse y siguen luego mintiendo para sostenerse en su afirmación. Lo malo es cuando las justificaciones se les olvidan y entonces la contradicción llevará al final a quién miente a la clara conclusión de que “primero cae un mentiroso que un cojo”.

http://ricardotribin.blogspot.com

Miami, Noviembre 15 de 2012.

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